La mayor parte de los microorganismos, entre los que se incluyen las bacterias, no son perjudiciales para el ser humano. Algunas de ellas poseen acciones beneficiosas, por ejemplo, contribuyen al buen funcionamiento de nuestro sistema digestivo, ayudándonos a procesar y obtener los nutrientes de los alimentos, crean vitaminas, protegen a las células que recubren el intestino, ayudan también a descomponer y absorber medicamentos, algunas otras producen antibióticos y son utilizadas para fabricar fármacos o vacunas, capaces ambos de salvar vidas (Escolar M, 2019). Por lo que, existe evidencia científica para afirmar que el uso de probióticos (bacterias buenas) no sólo es seguro y eficaz como tratamiento, sino también como prevención de determinadas enfermedades (Amaury González, 2021). Los beneficiados pueden estar en distintas áreas, en el área de la salud, por ejemplo, son utilizadas en el tracto digestivo ya que dichas bacterias proliferan unas mil especies bacterianas. Sintetizan vitaminas tales como ácido fólico, vitamina K y biotina. También fermentan los carbohidratos complejos indigeribles y convierten las proteínas de la leche en ácido láctico (por ejemplo, Lactobacillus). Además, la presencia de esta flora intestinal inhibe el crecimiento de bacterias potencialmente patógenas (generalmente por exclusión competitiva). Muchas veces estas bacterias beneficiosas se venden como suplementos dietéticos probióticos (Daniel Marcano, 2008).