El rápido crecimiento de la población, así como el panorama actual mundial en el que 130 millones de personas viven en algún tipo de inseguridad alimentaria y una de cada 3 personas presenta desnutrición, aunado a que los sistemas alimentarios actuales son responsables de 20 a 35% de los gases de efecto invernadero, han llevado a buscar alternativas para mitigar estos retos.
Por otro lado, se han identificado factores de riesgo dietéticos asociados a la principal causa de mortalidad en el mundo, los eventos cardiovasculares, destacando entre ellos el bajo consumo de oleaginosas (nueces y semillas) y frutos secos como un factor cuya brecha entre la ingesta actual y óptima resulta dramática a pesar de que el consumo éstas se han asociado con múltiples beneficios para la salud, especialmente los relacionados con la reducción del riesgo cardiovascular.
En México se ha reportado que tan solo el 4.7% de la población adulta incluye nueces y semillas en su dieta habitual, y a nivel mundial el consumo se ha estimado en unos 6.21 gramos al día, cifra muy por debajo de los 28-35 gramos que se recomiendan en guías dietéticas y recomendaciones de consumo de diversas asociaciones de salud, dietética y nutrición. Lograr esta meta de consumo podría resultar un elemento clave para la promoción de cambios en la alimentación hacia dietas saludables que se traducirían en importantes beneficios para la salud debido a su contenido de fibra, antioxidantes y proteínas, al tiempo que aportarían menos grasas saturadas, colesterol y sodio, previniendo 11 millones de muertes al año en todo el mundo, y reduciendo significativamente el impacto ambiental; hasta un 50% menos de emisiones de gases de efecto invernadero y entre un 52 y 58% de ahorro de energía y tierra, respectivamente.
El bajo consumo de estos alimentos saludables pudiera explicarse por diversos factores, entre ellos: su costo, la idea de qué son productos poco saludables o cuyos beneficios se conocen de manera limitada, barreras socioculturales derivadas del proceso mismo de la transición nutricional y alimentaria, e incluso otras que no se han explorado. De ahí que, a pesar de los recientes esfuerzos para la promoción de una alimentación completa, adecuada y sostenible, muchos de ellos no han considerado y resaltado el papel clave del consumo adecuado de oleaginosas y frutos secos, asociado a otras recomendaciones para frutas, verduras y leguminosas, en la dieta habitual como una estrategia integral orientada a la prevención de enfermedades, el cuidado de la salud y del medio ambiente.